Pío Obispo
Siervo de los siervos de Dios
para
perpetua memoria
Desde el primer instante en que fuimos elevados a la cima del Apostolado,
aplicamos con gusto nuestro ánimo y nuestras fuerzas y dirigimos todos
nuestros pensamientos hacia aquellas cosas que tendieran a conservar puro el
culto de la Iglesia y nos esforzamos por organizarlas y, con la ayuda de Dios
mismo, por realizarlas con toda la dedicación debida. Y como, entre otras
decisiones del Santo Concilio de Trento, nos incumbiera estatuir sobre la
edición y reforma de los libros sagrados -el Catecismo, el Misal y el
Breviario- después de haber ya, gracias a Dios, editado el Catecismo para
instrucción del pueblo y corregido completamente el Breviario para que se
rindan a Dios las debidas alabanzas, Nos parecía necesario entonces pensar
cuanto antes sobre lo que faltaba en este campo: editar un Misal que
correspondiera al Breviario, como es congruente y adecuado (pues resulta de
suma conveniencia que en la Iglesia de Dios haya un sólo modo de salmodiar,
un sólo rito para celebrar la Misa. En consecuencia hemos estimado que
tal carga debía ser confiada a sabios escogidos: son ellos, ciertamente,
quienes han restaurado tal Misal a la prístina norma y rito de los Santos
Padres. Dicha tarea la llevaron a cabo, después de coleccionar cuidadosamente
todos los textos junto con otros buscados por todas partes, corregidos y sin
alteraciones -y luego de consultar asimismo los escritos de los antiguos y de
autores reconocidos que nos dejaron testimonios sobre la venerable
institución de los ritos. Revisado y corregido el Misal, hemos ordenado
tras madura reflexión, que fuera impreso cuanto antes en Roma, y, una vez
impreso, editado, para que todos recojan el fruto de esta institución y la
tarea emprendida. Y especialmente para que los sacerdotes sepan qué oraciones
deben emplear en adelante, qué ritos o qué ceremonias han de mantener en la
celebración de las Misas.
Pues bien: a fin de que todos abracen y observen en todas partes lo que les
ha sido transmitido por la sacrosanta Iglesia Romana, madre y maestra de las
demás Iglesias, en adelante y por la perpetuidad de los tiempos futuros,
prohibimos que se canten o se reciten otras fórmulas que aquéllas conformes
al Misal editado por Nos, y esto en todas las Iglesias Patriarcales,
Catedrales, Colegiadas y Parroquiales de las Provincias del orbe cristiano,
seculares y regulares de cualquier Orden y Monasterio -tanto de varones como
de mujeres e incluso de milicias- y en las Iglesias o Capillas sin cargo de
almas, donde se acostumbra o se debe celebrar la Misa Conventual, en voz alta
con coro o en en voz baja, según el rito de la Iglesia Romana. Aún si esas
mismas Iglesias, por una dispensa cualquiera, hayan estado amparadas en un
indulto de la Sede Apostólica, en una costumbre, en un privilegio (incluso
juramentado), en una confirmación Apostólica o en cualquier tipo de permiso.
Salvo que en tales Iglesias, a partir precisamente de una institución
inicial aprobada por la Sede Apostólica o a raíz una costumbre, esta última
o la propia institución hayan sido observadas ininterrumpidamente en la
celebración de Misas por más de doscientos años. A esas Iglesias, de
ninguna manera les suprimimos la celebración instituída o acostumbrada. De
todos modos, si les agradara más este Misal que ahora sale a la luz por
Nuestro cuidado, les permitimos que puedan celebrar Misas según el mismo sin
que obste ningún impedimento, si lo consintiera el Obispo, el Prelado o la
totalidad del Capítulo . En cambio, al quitar a todas las demás
Iglesias enumeradas antes el uso de sus Misales propios, al desecharlos total
y radicalmente, y al decretar que jamás se agregue, suprima o cambie nada a
este Misal Nuestro recién editado, lo estatuimos y ordenamos mediante Nuestra
Constitución presente, valedera a perpetuidad, y bajo pena de Nuestra
indignación. Así, en conjunto e individualmente a todos los Patriarcas
de tales Iglesias, a sus Administradores y a las demás personas que se
destacan por alguna dignidad eclesiástica -aún cuando sean Cardenales de la
Santa Iglesia Romana o estén revestidos de cualquier grado preeminencia les
mandamos y preceptuamos estrictamente, en virtud de la Santa obediencia: que
canten y lean la Misa según el rito, el modo y la norma que ahora
transmitimos mediante este Misal, abandonando por entero en adelante y
desechando de plano todos los demás procedimientos y ritos observados hasta
hoy por costumbre y con origen en otros Misales de diversa antiguedad, y que
no se atreven a agregar o recitar en la celebración de Misa ceremonias
distintas a las contenidas en el Misal Presente.
Además, por autoridad Apostólica y a tenor de la presente, damos
concesión e indulto, también a perpetuidad, que en el futuro sigan por
completo este misal y de que puedan, con validez, usarlo libre y lícitamente
en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en
castigos, condenas, ni censuras de ninguna especie. Del mismo modo,
estatuímos y declaramos: que no han de estar obligados a celebrar la Misa en
forma distinta a la establecida por Nos ni Prelados, ni Administradores, ni
Capellanes, ni los demás Sacerdotes seculares de cualquier denominación o
regulares de cualquier Orden; que no pueden ser forzados ni
comprometidos por nadie a reemplazar este Misal; y que la presente Carta
jamás puede ser revocada ni modificada en ningún tiempo, sino que se yergue
siempre firme y válida en su vigor. No obstan los estatutos o
costumbres contrarias precedentes de cualquier clase que fueran:
constituciones y ordenanzas Apostólicas o generales o especiales emanadas de
Concilios Provinciales y Sinodales ni tampoco el uso de las Iglesias
enumeradas antes, cuando a pesar de estar fortalecido por una prescripción
muy antigua e inmemorial no supera los doscientos años.
En cambio, es voluntad Nuestra y decretamos por idéntica autoridad que,
luego de editarse esta constitución y el Misal, los sacerdotes presentes en
la Curia Romana están obligados a cantar o recitar la Misa según el mismo al
cabo de un mes; por su parte los que viven de este lado de los Alpes al
cabo de tres meses; y los que habitan más allá de esos montes, al cabo de
seis meses o desde que lo hallen a la venta. Y para que en todos los lugares
de la tierra se conserve sin corrupción y purificado de defectos, y errores,
también por autoridad Apostólica y a tenor de la presente prohibimos que se
tenga la audacia o el atrevimiento de imprimir, ofrecer o recibir en ninguna
forma este Misal sin Nuestra licencia especial de un Comisario Apostólico que
Nos constituiremos al efecto en cada región: él deberá recibir previamente,
dar plena fe a cada impresor que el ejemplar del Misal que servirá como
modelo para los otros, ha sido cotejado con el impreso en Roma según la
edición original, y concuerda con éste y no discrepa asbsolutamente en nada.
Todos los impresores que habitan en el dominio sometido directa o
indirectamene a Nos y a la Santa Iglesia Romana bajo pena de confiscación de
los libros y de una multa de doscientos ducados de oro pagaderos ipso facto a
la Cámara Apostólica, y a los demás establecidos en cualquier parte del
orbe, bajo pena de excomunión lata sententia (automática) y de otros
castigos a juicio Nuestro. Por cierto, como sería difícil transmitir
la presente Carta a todos los lugares del orbe Cristiano y ponerla desde un
principio en conocimiento de todos, damos precepto de que sean publicadas y
fijadas según la costumbre, en las puertas de la Basílicas del Principe de
los Apóstoles y de la Cancillería Apostólica y en el extremo del Campo de
Flora y que a los ejemplares de esta Carta que se muestren o exhiban -incluso
a los impresos, suscriptos de propia mano por algún tabelión público y
asegurados además con el sello de una persona constituida en dignidad
eclesiástica- se les otorgue en toda nación y lugar la misma fe
perfectamente indubitable que se otorgaría a la presente. Así pues,
que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir,
por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden,
mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y
prohibición. Más si alguien de atreviere a atacar esto, sabrá que ha
incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados
Apóstoles Pedro y Pablo.
Dado en Roma, en San Pedro en el año de mil quinientos setenta de la
Encarnación del Señor, el xiii indictio, la víspera de los Idus de julio,
en el quinto año de Nuestro Pontificado.
H. CUMIN
CAESAR GLORIERIUS
SCIPIO DE OCTAVIANIS,
Magister Scribe.